martes, 17 de julio de 2012

PASS'ARAN 2012.

Nueve intrépidos raconers se aventuraron la semana pasada a una ruta por los Pirineos.
Mapa de Pass'Aran
8 de julio.

Desde el refugio de Montgarri, tras un fuerte desayuno a base de moscas con jamón y queso, emprendemos la marcha hacia el de Estagnous. Habiendo una variante más larga y con cima, no hubo opción, tuvimos que elegirla. La clásica dispersión raconera no tardó en llegar, cuando todos seguíamos el track del macho Alfa por una empinada cuesta hasta que nos dimos cuenta de que él sólo pretendía algo de intimidad para abonar el bosque. Con su prestigio por los suelos, todo el mundo se creía capaz de encontrar la mejor ruta. Dos expertos inútiles se internaron por el valle que no era, afrontando unos falsos llanos más falsos que Judas. A mitad de subida, cuando aún era posible enlazar con el buen camino, donde los compañeros estaban a la vista, decidieron seguir recto para arriba, debido a dos apariciones espectrales que parecían atraerles diciendo 'por aquí se puedeee'. Se podía, pero a cuatro patas y sacando las uñas. Tras una pequeña crisis, y al grito de "¡hurra!", llegamos arriba, aunque con un buen retraso con respecto del grupo, que con nuestras bendiciones había seguido en pos de la cena. Pobres franceses, de su lado del Tuc de Barlonguèra (2.802 m) un mar de nubes lo cubría todo hasta donde alcanzaba la vista.
Más tarde supimos que los espectros eran el Senyor de Sa Torre y Bombón, que no habían podido evitar salirse del camino "fácil" y buscar una ruta más imaginativa, y que también las habían pasado canutas.
Con la ayuda del mapa, la ruta no presentaba mayores dificultades, siguiendo una larga cresta, hasta el Port de Barlonguèra que nos dejaría en el Estanh Long, ya dentro de una densa niebla que nos taparía hasta el refugio. Allí esperaban unos compañeros entre el alivio y el cachondeo, justo a la hora de cenar, tras casi 12 horas de marcha. Una sopa en la que pudimos encontrar varios fideos y luego pato con arroz nos sirvieron para reponernos.


9 de julio.

 


Problemas matinales, al Senyor de Sa Torre se le habían inflado los pies durante la noche. Aun así, no dudó en formar parte del grupo que quiso coronar el Mont Valier (2.838m) antes de bajar hacia el siguiente refugio. Cosa rara, no llegó el primero, sino el tercero, lo que le supuso la consabida crisis de moral ("aquest és es meu darrer viatge", "estic fet mixtos"). Ya en la bajada, nos cruzamos con un grupo que subía desde el refugio preguntando por él, ya que nuestros amables compañeros les habían informado que no podía ser otro quien se había llevado unas botas que no eran suyas, ¡dos números más pequeñas y de un modelo diferente! Nuestro Príncipe Azul devolvió sus botas a la Cenicienta de los Pirineos. Por supuesto, ninguno de nosotros hizo el menor comentario jocoso sobre esta anécdota durante el resto de la travesía.
La bajada hacia la Gîte d'Ètape Maison du Valier transcurrió sin más incidencias que algún conato de patinazo mortal y un buen capfico en la espectacular Cascade de Nérech. El final del camino, a lo largo del río entre un hayedo encantador fue amenizado por unos arándanos y fresas salvajes que nos hicieron retrasar un poco la marcha.
Nos habían dicho que el cocinero era excelente cosa que corroboramos, aunque la simpatía y la amabilidad no fueran los puntos fuertes de nuestros anfitriones, al menos ese día ¡no se puede tener todo! Después de una excelente cena a base de gazpacho, flan de espárragos y ensalada, seguidos de carrilleras con patatas y gírgoles, todo exquisito, y amenizada por unos chistes mil veces repetidos pero que siguen provocando la risa, como el del Niño Cantor, que nos acompañó con sus acordes durante el resto del viaje, nos fuimos a dormir a unas... ¡camas con sábana y edredones, y con cuarto de baño en la habitación! Perfecto antes de afrontar la etapa reina...


10 de julio.



La M mayúscula, así llamada por sus fuertes desniveles. Empezamos con una fortísima subida emboscada (el Senyor de Sa Torre escapado en solitario, con sus botas propias), ayudados unos por bastones comprados, y otros por varas de avellano. Más tarde se abría una empinada pradera y nos envolvía de nuevo la niebla. Por el camino había una serie de cabanes o refugios libres muy bien cuidados por los usuarios, lo que nos hizo pensar en el de Cornedors, lo que podría ser y lo que es. La niebla dificultaba la orientación e impedía la contemplación de los paisajes, pero también aportaba un ambiente romántico e impedía el desánimo de ver cuánto quedaba. Una breve parada para comer y perder temporalmente la pipa, se vivieron momentos de pánico. La última bajada fue aligerada por un banquete de frambuesas y arándanos, mientras no dejaba de caer un ligero calabobos que hizo honor a su nombre. Llegábamos a un pueblecito con restos de una industria abandonada que resultó ser la mina más alta de Europa en sus tiempos, y cuyos trabajadores debieron soportar las condiciones inhumanas propias de la mina, más las del frío pirenaico. Nos instalamos en el zulo que nos albergaría esa noche en la Gîte d'Étape d'Eylie, eso sí, con agua caliente, como todos los de esta ruta. Aquí sí, la simpatía de los anfitriones era desbordante. La cena, en un bonito comedor, fue una rica ensalada templada con lechuga y gírgoles, de las que el dueño había recogido 4 Kg. ese día, y unas lentejas con dedos humanos que no estaban mal, seguidas de una coca de chocolate que desde entonces no faltó en ninguna cena, al igual que los quesos de todo tipo.
Luego, algunos se entretuvieron en cazar especies locales para fabricar pendientes, no contaremos detalles por su crueldad.


11 de julio.

Etapa de subida pura, con una ascensión prevista al Tuc de Crabèra (2.630), que puspusimos para un día sin niebla. El inicio era por otro hayedo encantador, con su niebla romántica, etc. etc., para llegar luego a otros restos mineros donde tuvimos ocasión de contemplar exhibiciones gimnásticas, y aún más arriba, más restos, hasta que superamos la altitud de las nubes y pudimos comer al sol en un entorno que parecía un catálogo de Quechua. Ya sesteando, vimos aparecer a uno de nuestros compañeros destacados, que creíamos ya en el refugio, y que estaban esperándonos 50 metros más abajo hacía un buen rato. Bajamos al refugio d'Araing en un entorno presuntamente bellísimo dominado por el Étang d'Araing, pero del que apenas vimos algo más que nuestros pies entre la niebla.
Una gran estufa de leña dominaba el comedor, enseguida comprendimos por qué. Al ser verano, estaba apagada, pero allí hacía un frío que pelaba, hasta el punto de tener que volver a las exhibiciones gimnásticas unos, y taparse con mantas habitadas por chinches otros.
La niebla hizo que tuviéramos tiempo para dedicar a los juegos de mesa, de los que unos impartieron y otros recibieron unas lecciones.
La cena consistió en unas alubias flotantes que nos ayudarían en la ascensión del día siguiente, y una carne de cerdo con salsa de ciruelas, aunque alguno hubiera dado su brazo derecho, el izquierdo y alguna extremidad más por que era pavo, con sus alas y todo.


12 de julio.


"Mbueno". Este murmullo salido de la boca de Guapetón cuando ya terminó de hacer la cama y prepararse a sí mismo y su mochila, sentado en un taburete esperando a ver si se levantaba alguien más o qué, fue lo que nos despertó. El bello amanecer nos impulsó a levantarnos aunque aún faltaba para que sirvieran el desayuno, entre más murmullo de "aficionados", "menuda tropa", etc.
Al salir, aquello era otra cosa. Ahora había paisaje, ¡y bien bonito!
El guarda del refugio nos había señalado varios puntos donde la orientación no era fácil, y tras unos estiramientos, emprendimos la marcha. Pronto pasamos a la Vall d'Aran, donde después de 3 días incomunicados, volvimos a tener cobertura de móvil. La etapa era larga, y con cima opcional al Tuc de Maubèrne (2.880 m.). Opcional para los aficionados, ineludible para la élite. Los gases de las alubias jugaron un papel fundamental en la ascensión, aligerando el cuerpo, e impulsándolo en momentos puntuales, bien controlados para que el escape a chorro fuera con el cuerpo orientado hacia la cumbre. Los pobres franceses disfrutaban de otro día bajo un mar de nubes, mientras del otro lado, el sol abrasaba. Las medallas y la copa del meado se las repartieron Guapetón, Bombón y Paw.
Una larga bajada en dispersión raconera por unas verdes praderas nos llevaría de nuevo al refugio de Montgarri, no sin antes tomar un refrescante baño en el torrente.
Durante el descenso, una idea había fraguado indeleblemente en las mentes de los raconers: Chuletón. Algunos conocían un restaurante en Gessa, a un tiro de piedra en coche, que nos repondría de las penurias. Tras un maravilloso viaje en coche guiados por JMallorquí y con Guapetón de copiloto, nos sumergimos en la civilización para degustar unas exquisitas carnes que tuvieron consecuencias en forma de cólico nefrítico que varió algunos planes.


13 de julio.

Como complemento a la ruta, estaba prevista la ascensión al Maupas, pero los imprevistos clínicos unidos a la perrería disfrazada de sacrificio por compañerismo, propiciaron un plan B. El plan A inicial sólo contó con tres partidarios, los intrépidos Senyor de Sa Torre, JMitch y Bombón, que partieron raudos desde el valle de Lys hacia el refugio de Maupas, mientras los demás partíamos raudos a Bagnères de Luchon para conseguir cobertura y avisar de las bajas a los guardas del refugio, y también otro mapa de la zona. El plan B consistía en volver al valle de Lys y hacer una pequeña ruta por los alrededores visitando un par de cascadas espectaculares, para luego ir a pernoctar al Hospice de France, muy cómodo y de trato agradable.


14 de julio.
Se acabaron las pilas de la cámara.

Los gemidos de Guapetón nos despiertan de nuevo. Esta vez la causa es el mal tiempo. Una densa niebla lo cubre todo, haciendo absurda cualquiera de las excursiones que teníamos previstas, todas por las alturas para disfrutar de las vistas. Las rodillas y los pies de algunos se alegran, pero no nos vamos a quedar de brazos cruzados. Nuestro macho Alfa propone, y por tanto acatamos sin rechistar, atravesar en coche la frontera e ir hasta el otro lado del túnel de Vielha, donde suele hacer mejor tiempo. Desgraciadamente, no había mucha diferencia, así que volvimos a Vielha a conseguir un mapa en la oficina de turismo para explorar un poco los alrededores. Un poco es la expresión adecuada, pues no anduvimos más de seis o siete kilómetros por allí, mientras nuestros esforzados compañeros, que disfrutaron de buen tiempo al estar su refugio a 2.450 metros de altitud, decidieron subir a la cumbre del Maupas (3.109 m) sin saber que su descenso al Hospice de France por el camino de la Emperatriz iba a ser largo, pasado por agua, y de muy difícil orientación por la niebla. Finalmente, llegaron cargados de medallas poco antes que nosotros, que habíamos parado en Bagnères de Luchon a ver el final de etapa de los amateurs del Tour de France, que disputaban la etapa Pau-Bagnères de Luchon tal como la habrán de disputar los profesionales el día 18, con sus Col d'Aubisque, Tourmalet, d'Aspin y Peyresourde incluidos, puertos de montaña que han conocido hazañas casi tan importantes como las que acabamos de relatar. Un nuevo éxito del senderismo mallorquín, como diría aquel.

¡Chin pon!

4 comentarios:

Jmitch dijo...

Ja, ja, ja, ja...

Estic plorant de riure!

pmmp dijo...

Veo que tuvisteis de todo jeje.
El señor de sa Torre siempre quejandose y al final esta hecho un toro y se sube al Maupas :-P

Buena crónica, me alegro de que lo pasarais bien, a pesar de los días de niebla.

UnaMas dijo...

Gracias Pau! Por tu relato y tu compañia.... y por supuesto a los demas aussi!

Bergant dijo...

Pels qui heu anat a aquesta travessa amb aquesta crònica teniu un bon record.
Salutacions.