martes, 12 de marzo de 2013

Más punta des Capellans.

Un rayo de sol, uo-o-o-oh!

Con el argumento de "vamos a un sitio que seguramente no habreis estado", Sinevé nos convence a todos a salir disparados hacia Sa Calobra. Al final algunos sí habían estado, pero no de esta manera. Al llegar, nos encontramos que el torrent de Pareis inundaba bastante la playa, y no podíamos pasar sin mojarnos. Esto hizo dudar a algunas y desistir a otros con aplomo, sin ninguna duda.
No era día para llevar la ropa interior más roñosa, porque no bastaría con subirse los pantalones: había que quitárselos. Algunos se quitaron todo menos la gorra, cuestión de un nuevo entrenamiento para Siberia, y por un momento creímos confirmar que el Homo Sapiens Neanderthalensis no estaba extinguido del todo. La estampa era indescriptible, con una hermosísima luz matinal, el reflejo dels Forats Grossos en las gélidas aguas que hace pocos días eran nieve y una dispersión raconera en busca del mejor vado. Afortunadamente no había aún turistas para contemplar esa maravillosa escena, mezcla entre las antiguas películas de Tarzán con los cocodrilos acechando a los porteadores, El Lago Azul y Ice Age con los andares de Chiquito de la Calzada, debido a la combinación de cantos rodaos y pies congelaos. Tras pasar el primer obstáculo aún asaltaban las dudas a los hombres y mujeres de poca fe que amenazaban con derrumbarse al escuchar que aún venía otro vadeo de 300 metros para llegar hasta el Pas de s'Argamassa. Se pensó en la alternativa del Pas de Ses Piquetes, olvidando que ese paso obliga a mojarse ya en condiciones normales. El hombre de Neanderthal -antiguo nombre del actual Sineu- exploró las profundidades provisto de su bañador de piel, y Coyote se metió vestido hasta los sobacos, ayudado por el resbaloso limo, y solo se salvó de perecer engullido por el torrente como su cámara de fotos gracias a una acción heróica de Paw, que le alargó una rama para agarrarse, como en las películas de las arenas movedizas.
En fin, con el Pas de s'Argamassa como objetivo definido, cruzamos dos veces más el torrente y nos enfilamos a las rocas con decisión, y algunos con prisa, para secar la ropa al sol. Ya habíamos tenido nuestra dosis de aventura antes de las 10, ¿qué más se podía pedir?
¿Dani tiene sueño? imposible, debe estar haciendo el grito de Tarzán

Acariciadas nuestras epidermis por un agradable sol primaveral, alcanzamos sin ninguna novedad destacable -esta frase anda que no queda bien- el coll que nos ofrece unas espectaculares vistas de nuestro objetivo del día: el Morro des Capellans. Allí merendamos y planeamos el trayecto de bajada.
 Morro des Capellans, torre de Lluc detrás esperándonos.
el hábitat del Homo Raconerensis

En marcha otra vez, pasamos junto al pino que albergaba un muy pintoresco nido de Voltors Negres hasta que serraron la rama que le servía de plataforma. Según una teoría, es mejor que no pongan su único huevo anual en un nido que está al pie de un camino, debido a la alta probabilidad de que alguien pase por allí y asuste al buitre empollador, que salga volando y abandone el huevo por unos preciosos instantes que aprovechan cuervos o gaviotas para comérselo. Muerto el perro, muerta la rabia.
Emprendemos el descenso por un falso llano de unos 70 u 80 grados de inclinación que nos hace apreciar de nuevo las maravillosas cualidades de nuestro querido càrritx, sin el que no podríamos llegar a muchos rincones. No queríamos ni pensar en la vuelta, que debía ser por allí mismo.
 Magníficos paisajes y magníficos compañeros. Llegando al pequeño mar de ronya kàrstica.
El Morro de Sa Vaca al revés. Otro día volveremos a hacer un capfico.

Terreno chupao para unos expertos raconers, aderezado con una pizca de ronya en el tramo final, como para probarnos. Un clásico laberinto de picadora de carne kàrstica, parecido al que hay llegando a la torre de Lluc, que tuvimos a la vista durante buena parte del día. Las vistas inéditas sobre el Morro de sa Vaca, el Puig Roig, sa Torre de Lluc y todos los acantilados que nos rodeaban vale la pena la visita. Una pequeña cueva con restos de cabras hasta los tobillos, una espectacular grieta, una acogedora explanadita para comer, hacen que la pequeña península, inexpugnable por mar, merezca un buen rato de exploración. Los reflejos de los acantilados en las aguas calmadas hacen comprender la fascinación que sintió el pintor Riera Ferrari por estos parajes.
Tras una comida sin siesta ni nada, volvemos, pero no sobre nuestros pasos, sino sobre los de otro que estuvo antes y encontró una manera más cómoda de acceder a la punta y dejó una fita. Gràcies, rei!
Sorprendentemente, la vuelta se nos hizo a todos más ligera que la bajada, y eso a pesar de ciertos escapes de metano al chorizo que podrían haber causado una desgracia si hubiera habido cerca alguien con una pipa encendida. Pensamos que podía ser debido a que a la bajada aún no circulaba la sangre de las piernas a la temperatura de funcionamiento normal. Lo que nos hacía recordar que el agua de deshielo nos esperaba...
Uep! súbitamente una bombilla se enciende. Atando cabos inconscientemente. ¿No era raro encontrar ramas secas amontonadas aquí y allá? Una mirada hacia lo alto nos descubre... ¡un nido en un pino! pero qué nido, sras. y sres. O de Voltor Negre, o de gorrión gigante. Aun viendo la evidencia de los materiales de construcción, cuesta creer que estas aves sean capaces de tal obra. En fin, si nos cuesta creerlo será porque nos creemos demasiado superiores. Un poco de humildad no nos vendrá mal.

 ¡atención al pajarito!
La punta des Capellans y el falso llano.

Hablando de humildad, viendo la velocidad con que habíamos subido, ayudados más por los brazos y el càrritx que por las piernas, hubo tiempo para entretenerse ensayando algunas grimpadas de nivel 2º superior o incluso 3A+, todo esto sin red.
La luz del atardecer bañaba nuestro precioso alrededor como queriéndo hipnotizarnos para que no nos acordásemos de volver antes del anochecer. Algunos tenemos tendencia a dejarnos, otros, más pragmáticos encabezan la fila por la que vamos descendiendo el pas de s'Argamassa. Desde las alturas vemos cómo un grupo de "fosqueros" tratan de evitar el último gran gorg del torrente, a pesar de llevar trajes de neopreno. Esto nos hace suponer que el sol no ha bastado para calentar el agua para nuestro regreso.
Como no había más remedio, de nada valía quejarse, así que nos ponemos pies a la obra y volvemos a cruzar 3 veces el torrente con el sol poniéndose, en una idílica estampa difícil de olvidar por los abrigados turistas y los antropólogos.

¡En sus marcas...!


3 comentarios:

Fernando A dijo...

Estaba calentita el agua?

Pau dijo...

Tratamiento anticelulítico de choque

Anónimo dijo...

Buena crónica me rió un montón la verdad es que la cosa tuvo gracia y desgracia mojarme los sobacos no pasa
nada pero la cámara murió con las botas puestas gracias rei por la ayuda