viernes, 9 de febrero de 2007

CAMINANTE EN UN PAISAJE INMENSO



Queridos compañeros:

Siempre he pensado que Internet es un medio, entre otros, para COMPARTIR; compartir experiencias y pensamientos personales. He encontrado una página Web, que contiene una descripción de la gran experiencia que significa el ANDAR, de la cual nosotros somos especialmente partícipes.


Os pongo sólo una parte del contenido del texto. A mi me ha encantado. El resto lo podéis ver en la dirección: http://jamillan.com/andar.htm

CAMINANTE EN UN PAISAJE INMENSO:


De algún punto de Africa brotó una marea viviente, que habría de extenderse por el mundo. Sus miembros (que éramos nosotros) remontaron sierras y atravesaron desiertos y selvas, vadearon ríos, o esperaron a que se secaran, cruzaron estrechos y brazos de mar aprovechando que conmociones telúricas los habían aproximado, pero retrocedieron ante el hielo, porque era una marea cálida. Luego aprendieron también a sobrevivir al frío, y las placas heladas fueron puentes que les franquearon la entrada a otros continentes. Su avance era una marcha de relevos, un flujo y reflujo de corrientes, porque los que caían eran sobrepasados por los siguientes, y la marea avanzó y cubrió el mundo.
Andando llegamos a los confines de la Tierra. Cuando los animales consintieron nuestro peso y nos llevaron allá donde queríamos, ya habíamos llegado. Cuando hicimos máquinas que nos arrastraran en su movimiento, ya habíamos llegado. Cuando una red de caminos conectó todos los puntos del globo, ya habíamos llegado. Llegamos andando.
Cuando la nobleza iba en carruajes y a lomos de bestias (los caballeros), nosotros andábamos. Y cuando los ejércitos cruzaban continentes, nosotros caminábamos como niños (los infantes). Y cuando los primeros automóviles avanzaron con su trepidación de juguete mecánico, nosotros, que íbamos a pie, nos hicimos a un lado. Hemos andado hasta ahora.


Un viaje no es un recorrido por la línea más corta entre dos puntos; es otras cosas: la degustación de la distancia, de los detalles intermedios, la lenta modificación de las perspectivas (y de golpe, ¡mira!: se ha abierto el valle en una llanura); y al final el júbilo de la llegada. Por eso el viaje por excelencia es el viaje a pie, con la alternancia de las extremidades y el fuelle del pulmón comunicando energía; con ese ritmo ni fatigoso ni descansado que es el de la marcha, y su tiempo propio: un tiempo esencialmente liminar, lleno (de esfuerzo, de progresión) pero extrañamente vacío, que permite inscribir en su interior cualquier cosa. Por ejemplo, un relato.

1 comentario:

Anónimo dijo...

pues sí, a mí también me ha encantado!