Cinco treinta de la
madrugada: suena el despertador, desayuno, me aseo y sin demora me recogen; nos
dirigimos al aeropuerto... tarjetas de embarque, control de pasajeros, pitidos
y más pitidos, cacheos y embarque. Salimos a la hora prevista. Aterrizaje en el
Prat, equipaje, coche de alquiler, problemas con un cliente y por fin salimos
de Barcelona.
En poco más de 3 horas nos
plantamos en Espot. Unos amigos se habían adelantado y recogido las raquetas.
Nos cargamos las mochilas que pesan un huev... y emprendemos la marcha hacia el
refugio J. M. Blanc. Apenas hay nieve, sólo algunos planchones de hielo que nos
fuerzan a salir del camino. Sobre las 6,30 llegamos a nuestro destino. El sol
acaricia las montañas que hacia levante cierran el horizonte; se está mejor
dentro junto a la chimenea.
Uno bajo cero, buen tiempo,
son las siete de la mañana, desayunamos y nos despedimos de este acogedor lugar
y de sus moradores. Con las raquetas en nuestros pies vamos avanzando por el
centro del estany Tort, sobre una gruesa capa de hielo de un metro y medio
según las mediciones de la guarda. Nuestros pasos se dirigen hacia la collada
de Saburó, aprovechando al máximo la línea más recta que nos proporcionan los
estany que encontramos al paso.
Un airecillo gélido nos
recibe en la collada, nos reagrupamos y sin mucha demora descendemos por la
otra vertiente habiendo cambiado las raquetas por los afilados crampones que en
la sombría ladera nos dan seguridad. Dejamos a la derecha el pas de l’Os y por
la izquierda iniciamos el descenso hacia el estany de Mar, para atravesarlo.
Raquetas otra vez. La desnudez del vidrioso hielo que chirría al ser arañado
por las puntas de nuestro calzado sobrecoge nuestro avance en medio de la
inmensidad de esta masa helada de dudosa consistencia.
El sol nos amodorra mientras
descansamos en la terraza de Colomina, 3.30 horas. Cogemos agua en sus
alrededores y nos dirigimos hacia el estany Tort; no hay apenas nieve, por lo
que avanzamos sin apéndices extraños en nuestros pies. Una vez en el estany la
mansa superficie helada nos invita a atajar el sinuoso camino que bordea su
contorno. Avanzamos rápidamente sin ningún obstáculo que nos frene nuestra
marcha.
Algunos ya han alcanzado la
orilla, pero sin apurar la longitud del estany.
Al llegar a su altura nos
avisan de que el agua surge en los bordes y que puede ser peligroso seguir,
pero continuamos... voy delante avanzando despreocupado del riesgo innecesario
que estoy corriendo. En la cabecera del lago el agua de un torrente lame el
hielo; bajo mis pies un leve murmullo me
alerta de que estoy sobre la corriente; demasiado tarde ¡crackk! el
hielo se abre bajo mis pies, y sólo un rápido gesto con mis codos hacia afuera
impiden que mi cuerpo se sumerja; un fuerte impulso me saca del agua haciendo
pie sobre el hielo, ha sido tan rápido que no he sido consciente del peligro.
Estoy mojado de pies a hombros, ya que la cabeza no llegó a sumergirse, -“¿No
te cambias, te has hecho daño?”- ¡Vaya susto! El sol hará el resto y en menos
de una hora estoy seco; si la climatología hubiera sido otra, no sé si ahora lo
estaría narrando.
El grupo se divide, unos se
van por la collada de Dellui y nosotros por la dels Gavatxos.
Una nieve-sopa nos hará sudar
de lo lindo para alcanzar el paso; al otro lado, el manto níveo es continuo, la
orientación norte del valle hace que la nieve se conserve en mejores
condiciones; más tarde en el estany Nere girará al oeste, para alcanzar el
refugio d’estany Llong.
Y cual es nuestra sorpresa al
no encontrar a nuestros compañeros que harán su entrada cuando la oscuridad
reine en el exterior y los platos estén servidos en la mesa. La nieve en
pésimas condiciones les ha jugado una mala pasada.
Todo el mundo en pie, el
refugio toma vida después de unas horas de sueño, afuera la temperatura roza
los cero grados.
Los catorce, uno tras otro
marchamos sobre el estany Llong, donde tras rebasarlo nos volveremos a dividir,
unos para ascender al Potarró y descender al estany de sant Maurici y nosotros
para ascender al pic del Bergús. Nuestros pasos se dirigen en dirección al pic
del Portarro, donde a media altura cruza el sendero que nos acercará a la base
de nuestra montaña. Los crampones entran bien en la dura pendiente, mientras
dejamos atrás las profundidades del valle, ganamos los trescientos metros que
nos separan de la línea que nos llevará als estany gelats del Bergús, donde
otra vez por una fuerte pala alcanzaremos la suave pendiente que nos conduce
hasta la cima. Júbilo es la mejor palabra que describe nuestro estado de ánimo,
y no es para menos, el día esta claro y la línea de crestas y montañas se
pierden en el horizonte.
El descenso lo hacemos por el
coll del Bergús, el cual alcanzaremos después de desandar un tramo de la
pendiente somital y pasar bajo el gran tuc de Grabes.
La pendiente es muy pronunciada en su inicio y no
se advierte si está cortada, pero tras descender algunos metros nos percatamos
de que el descenso es posible. La nieve está en buenas condiciones y tras las
primeras precauciones nos deslizamos hacia el fondo del valle donde nuestra
ruta se une con la que desciende del refugio d’Amitges. Grupos de turistas
transitan ya cerca del estany de sant Maurici, siempre vigilados por los
enormes centinelas que han hecho famoso este enclave: els Encantats.
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