Hemos reemprendido nuestra marcha en el mismo lugar donde meses atrás la dejamos, aunque en esta ocasión un ocre manto otoñal cubre los pastos que en primavera dejamos verdes y vigorosos.
Nuestros pasos se dirigen hacia Belagua, final de nuestra primera etapa que habrá transcurrido por el valle de Acherito, para ganar el puerto del mismo nombre y ascender al collado de Petrechema. Desde allí una larga y suave bajada nos llevará hasta el portillo de Larra, y desde aquí por un otoñal bosque de hayas hasta nuestro destino.
Un cielo cada vez más gris presagia el cambio de tiempo que estamos esperando, y que mañana nos va a poner a prueba.
Salimos temprano, pues la etapa es larga. Chispea mientras el taxi nos devuelve al punto de llegada de la etapa anterior, el destartalado refugio de Belagua.
Jirones de niebla ascienden desde el fondo del valle, mientras las cimas más altas quedan cubiertas por las nubes y de un gris plomizo se pinta el cielo. La lluvia sin ser intensa va cayendo sin tregua. Nuestra ruta, que primero consiste en un flanqueo en dirección al port d’Urdaite, va ganando posteriormente altura hasta alcanzar el collado de Gimbeleta.
Marcas de GR nos van facilitando la marcha por un terreno ya mucho más llano, que va bordeando o ascendiendo a las diferentes cotas del cordal fronterizo. Cada cien metros encontramos una marca y el GPS nos confirma la ruta. Vamos sumergidos en una niebla que nos impide tener el menor sentido de la orientación, mientras la dirección cambiante de la loma fronteriza nos da la sensación de que volviéramos sobre nuestros pasos; de repente el camino se bifurca y las marcas se acaban, nos hemos perdido. Son momentos de incertidumbre ya que el GPS, único instrumento que nos puede sacar del enredo, parece haberse vuelto loco; además de tanto manipularlo borro la ruta que llevo en él trazada, “cojonudo”.
Caminamos arriba y abajo, sin una dirección definida, incluso barajamos la posibilidad de abandonar por uno de los valles que se abre a nuestros pies con la intención de encontrar alguna zona habitada, pero al final acertamos al alcanzar la loma cimera y retomar las marcas, aunque sin la certeza de seguir la dirección correcta. Un acopio de estacas pintadas nos saca de la duda y nos da respuesta a la falta de señales: están balizando la ruta.
La llegada al puerto de Larrún, será otro punto de desánimo: arrecia la lluvia, y el Orhy es nuestro próximo escollo, nos cobijamos junto al talud de la carretera, ingerimos algún alimento y salimos hacia arriba. En la cima ni nos detenemos, descendemos por la vertiente opuesta, por un camino que más bien parece una pista de patinaje hasta un pequeño espolón que nos cierra el paso, es el Zazpigaina, no lo vemos pero está frente a nosotros. “Hay que descender por la derecha”, me miran incrédulos pero así lo hacemos, es necesario alcanzar una canal que nace algo más abajo para ganar otra vez el filo de la arista, y desde allí realizar una travesía bastante expuesta sobre un terreno muy resbaladizo.
El final de la etapa ya se ve cerca, sobre todo porque hemos dejado atrás las crestas, y circulamos por un terreno más amable. Una pequeña cabaña nos servirá de cobijo, único refugio tras más de ocho horas de marcha ininterrumpida. A lo lejos divisamos un pastor, con un paraguas se protege de la lluvia mientras vigila un rebaño de ovejas. Departimos algunas palabras y nos indica el camino que nos llevará a nuestro destino. “Adieu!”
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