Un sube y baja continuo por las onduladas lomas cubiertas de prados y manchas de bosques otoñales dispuestos a ofrecernos sus frutos más preciados: nueces, castañas, avellanas y algunas bayas de exuberantes colores nos va acercando al final de nuestra travesía.
Nuestras últimas etapas tienes como inicio: Chalets de Iratí, Béhérobie, Roncesvalles, les Aldudes, Arizkun y el collado de Lizuniaga.
Los días pasan lentos pero inexorablemente, con la mismas ganas de concluir nuestra aventura como de retrasar su desenlace, cada paso que damos, cada collado que rebasamos nos acerca más y más a nuestro destino.
El mar se abre ante nosotros en una mañana gris, la costa se recorta a lo lejos desde esta atalaya, última y definitiva desde la que caminaremos decididos a alcanzar la orilla del océano. El Larun, violado por unas horrendas construcciones, va quedando atrás.
Por las calles de Hendaya vamos buscando la orilla opuesta a aquel mar tan nuestro y que ahora está tan lejos. Nos quedamos unos momentos sin reaccionar, el paseo junto a la desembocadura del Bidasoa, unas barcas, algunas personas caminando. Nos abrazamos, e iniciamos una danza muy propia de los amigos, de los equipos que han salido vencedores, girando como la piña que somos y que hemos sido durante todos estos días, gritos de júbilo, la gente nos mira y se ríe por lo bajo también quieren ser felices.
1 comentario:
Bonito relato y especialmente para algunos evocador de buenos recuerdos. Se comenta la posibilidad de repetir la aventura pero en sentido inverso... ¡sois incansables!
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